Arqueología electoral en Valencia: La Rueda del Progreso
Arqueología electoral en Valencia: La Rueda del Progreso
Cuando se tiene oportunidad de pasear por el Centro de la ciudad de Valencia, en su Casco Histórico, se pueden observar muestras de la arquitectura de un período pasado, con casas y construcciones que ya tienen cientos de años. El centro es amplio, y sirve de sede a varias de las instituciones de educación primaria y media más representativas del estado Carabobo, dentro de las cuales se puede mencionar al Colegio Don Bosco, una gran edificación cuadrangular de tres pisos. Esta es una unidad educativa fundada por los padres católicos salesianos españoles, cuyos orígenes pueden trazarse a finales del siglo XIX, y en donde un legado de múltiples generaciones de graduados varones dignos y útiles a la nación, formados con férrea disciplina cívica y enriquecidos por la fe católica, ennoblece al referido plantel.
Fachada principal del Colegio Don Bosco en el Centro de Valencia. Uno de los múltiples ejemplos de unidades educativas gestionadas por sacerdotes católicos en la ciudad, cuyo aporte en la formación de los jóvenes en valores humanos bajo la fe cristiana es inapreciable, contribuyendo significativamente al desarrollo de la región y del país. Otros ejemplos incluyen al Colegio Calasanz, el Colegio Nuestra Señora de Lourdes, el Colegio La Salle, el Colegio Betania y el Colegio Padre Seijas, entre muchos otros. Fuente: Wikimedia Commons. Fotografía: Cesarant91.
La sede del Colegio Don Bosco de Valencia ocupa toda una manzana, y sus esquinas poseen un breve corte diagonal que aparta a la planta de la forma cuadrangular. Además, las paredes del perímetro están recubiertas por piedra gris desde el suelo hasta una altura de aproximadamente 2 metros.
En la esquina noroeste del colegio, específicamente en aquella donde se cruzan la Av. 106 Briceño Méndez y la Calle Colombia, se observa en la pared un hecho singular que merece ser señalado, pues justo sobre la piedra gris referida se aprecia una figura pintada, conformada por 4 círculos concéntricos de 3 colores distintos.
La pintura de esta figura está muy deteriorada, pero se puede reconocer fácilmente que el círculo central más pequeño es de color rojo, encerrado por un círculo de color verde, a continuación un círculo de color blanco y finalmente otro de color verde, el mayor de todos. No hay ninguna descripción de texto, únicamente estos enigmáticos círculos.
La enigmática rueda de círculos concéntricos ubicada en la pared de una de las esquinas del Colegio Don Bosco de Valencia. Fotografía: Fabián Robledo, 24 de junio de 2022.
¿Qué significado posee esta misteriosa pintura en la pared, ejemplo de arte parietal contemporáneo, en forma de una diana que apunta tal vez hacia una dimensión desconocida y remota, y que en efecto se trata de un portal al pasado?
Pues sucede que la razón de ser de semejante pictograma solamente es identificada con celeridad y precisión por aquellos pocos afortunados aún vivos cuyos escasos cabellos se han desteñido ya al blanco, y cuyas líneas de expresión faciales se han tornado en surcos, zanjas y trincheras, debido a la acción implacable del tiempo biológico. A su vez se trata de longevos valencianos cuyas memorias aún recuerdan el extraordinario proceso de las elecciones presidenciales y legislativas realizadas en Venezuela en el año 1973, donde los dos principales partidos políticos, Acción Democrática (AD) y COPEI, luchaban sin tregua pero aplicando una ética hacia el adversario hoy olvidada, por regir el destino del país desde 1974 hasta 1979, sobre la base de la voluntad popular expresada en elecciones universales, directas y secretas, dirigidas por el Consejo Supremo Electoral (CSE), una entidad hoy extinta que podría dar lecciones de cómo conducir con eficacia y transparencia el proceso de sufragio a aquella que la reemplazó y que ha realizado las elecciones en Venezuela en las últimas dos décadas.
Así pues, estos círculos pintados en la pared del colegio, que parecían ser un símbolo místico de origen cátaro, masónico, templario o hermético, o bien el cartón de hipnosis de un psicólogo freudiano, no son más que el emblema de propaganda conocido como la "Rueda del Progreso", diseñada por el partido COPEI como ícono para la campaña electoral de su candidato presidencial Lorenzo Fernández.
Detalle de la "Rueda del Progreso", de 1973, propaganda electoral del partido COPEI en la pared del Colegio Don Bosco de Valencia. Fotografía: Fabián Robledo, 24 de junio de 2022.
Con este símbolo las paredes y fachadas en calles y comercios de las principales ciudades de Venezuela fueron cubiertas durante la campaña electoral de 1973 por parte de los simpatizantes de COPEI. Cada partido trataba de colocar sus íconos en la mayor cantidad posible de sitios, agrediendo indiscriminadamente las fachadas sin importar el daño que implicara la pintura correspondiente, y donde la pared de piedra (que no se debe pintar) de un recinto para educación de niños y adolescentes pareció ser el mejor lugar para estampar el mencionado emblema de propaganda.
Es obvio que el partido político COPEI no efectuó la remoción y limpieza obligatoria de todos estos anuncios al término de la campaña electoral, y los pigmentos de la pintura del peculiar dibujo han resistido la inclemente erosión de la lluvia, la radiación ultravioleta y el vandalismo durante casi 49 años.
Hasta hace pocos años era posible ver unas pocas figuras originales de las Ruedas del Progreso en la avenida principal que da acceso a la Urb. El Trigal Centro de Valencia, en la pared Norte del tramo comprendido desde el Distribuidor El Trigal hasta el semáforo donde inicia propiamente dicha urbanización. Se trata de una larga pared que no conoció una nueva capa de pintura desde este año 1973 hasta hace muy poco tiempo, lo cual deja en muy mal lugar a la entidad municipal de mantenimiento correspondiente.
La Rueda del Progreso del Colegio Don Bosco es posiblemente la última original en la ciudad de Valencia, y esa imagen debería ser objeto de estudio forense, a los fines de determinar la composición precisa de sus pigmentos en virtud de su calidad y fuerte adherencia a la roca gris de la pared, con miras a reutilizar la fórmula química adecuada para la fabricación actual de pinturas, que distan mucho de poseer una calidad y durabilidad semejante.
A propósito de Lorenzo Fernández (1918–1982), puede decirse que fue un político venezolano y abogado egresado de la UCV, nacido en Caracas. Fue elegido Miembro de la Asamblea Nacional Constituyente en 1946, y Diputado al Congreso de la República por el Distrito Federal en 1947, definiéndose como opositor al gobierno de Marcos Pérez Jiménez (1914–2001).
Lorenzo Fernández en su campaña presidencial de 1973. Fuente: Wikimedia Commons. Fotografía de autor desconocido.
Lorenzo Fernández también se desempeñó como Ministro de Fomento desde 1959 hasta 1962 durante la presidencia del adeco Rómulo Betancourt (1908–1981), esto en virtud del Pacto de Puntofijo firmado en 1958 tras la caída de Pérez Jiménez. Según este pacto se debía constituir un gobierno de Unidad Nacional con la participación de todos los partidos democráticos, acordando excluir al PCV (Partido Comunista de Venezuela) por ser incompatible con el objetivo común. Uno de los firmantes en representación del partido COPEI fue precisamente Lorenzo Fernández, quien después ejercería como Ministro de Relaciones Interiores de 1969 a 1972 durante la presidencia de Rafael Caldera (1916–2009).
Fue miembro fundador del Partido Socialcristiano COPEI (Comité de Organización Política Electoral Independiente), llegando a ser candidato presidencial por ese partido en las elecciones presidenciales del 9 de diciembre de 1973, resultando perdedor contra su contrincante Carlos Andrés Pérez (1922–2010) postulado por AD. Lorenzo Fernández obtuvo 1.605.628 votos, un 36,70 % del total, frente al 48,70 % de Pérez.
Tarjetón electoral para las elecciones de 1973, dirigidas por el Consejo Supremo Electoral. La tarjeta grande era para elegir al Presidente de la República y la tarjeta pequeña era para elegir a los miembros del Congreso bajo la modalidad del voto lista en un esquema de representación proporcional. Arriba a la izquierda se ubica Carlos Andrés Pérez, postulado por AD con el color electoral blanco, y arriba a la derecha se encuentra Lorenzo Fernández, postulado por COPEI con el color electoral verde. Más abajo se observa al candidato José Vicente Rangel (1929–2020), quien quedó en cuarto lugar apoyado por los partidos de izquierda MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) y MAS (Movimiento al Socialismo). Puede apreciarse al eterno candidato venezolano Jóvito Villalba (1908–1989) del partido URD (Unión Republicana Democrática) con el color electoral amarillo. También destacan los partidos conservadores perezjimenistas CCN (Cruzada Cívica Nacionalista), con su logotipo de indio arriba a la izquierda, y FUN (Frente Unido Nacionalista). Fuente: Camilo Reyes Rodríguez en Pinterest.
Es importante destacar que para las elecciones de 1973 la Cruzada Cívica Nacionalista, que entonces era la cuarta fuerza política con mayor representación parlamentaria, decidió postular al expresidente Marcos Pérez Jiménez, exiliado en España, como su candidato presidencial. En 1968 Pérez Jiménez había encabezado la lista de la CCN para el Senado por el Distrito Federal, obteniendo la mayor votación, y a pesar de que su elección fue anulada por la Corte Suprema (supuestamente debido a que su postulación se realizó de forma ilegal) había quienes pensaban que la popularidad del expresidente se mantenía.
Después de 15 años de experimentar por primera vez con la democracia liberal de partidos, el pueblo venezolano hubiese tenido la oportunidad de decidir de manera directa si continuar con el modelo implantado, representado por Pérez y Fernández, o regresar a la experiencia previa que encarnaba Pérez Jiménez. Temerosos de que la voluntad popular deslegitimara al régimen democrático representativo, el bipartidismo y sus aliados se pusieron de acuerdo en el Congreso para promulgar rápidamente la Primera Enmienda a la Constitución de 1961, que prohibiría el ejercicio de cargos públicos a aquellos funcionarios que hubiesen incurrido en delitos en el pasado. Con esto el establishment no solamente logró la inhabilitación del expresidente, sino que también inhabilitó en la práctica a una porción del pueblo venezolano que con él simpatizaba y lo consideraba como el indicado para dirigir los destinos de la nación; gente que ya no podría votar por su preferencia honesta.
Recordemos que esto se daba en el año 1973. Latinoamérica estaba llena de dictaduras, tanto de izquierda como de derecha; la democracia venezolana era una conquista que había que preservar. Los dos primeros gobiernos adecos, liderados por Rómulo Betancourt y Raúl Leoni (1905–1972), se guiaron por una visión que si bien puede no compartirse, debe reconocerse como coherente con la supervivencia de las instituciones: solo los actores políticos respetuosos de la democracia podrían participar en ella. Quedaban así fuera de juego los defensores de la dictadura, ya sea del proletariado o del general de turno.
El presidente Caldera tenía otros planes. Como parte de una estrategia de pacificación nacional, los guerrilleros comunistas fueron perdonados y sus partidos legalizados, con lo cual pudieron presentarse a las elecciones. Se consiguió una paz honorable y exitosa, de buena fe y sin consecuencias negativas para la Patria, al menos a corto plazo. Por esta razón es difícil comprender los motivos que tendrían Caldera y sus adeptos parlamentarios para apoyar una enmienda constitucional cuyo claro objetivo era la persecución política de un importante personaje (Pérez Jiménez), el mismo que durante su dictadura permitió a COPEI la participación en los procesos electorales. ¿Por qué contradecir tan evidente y asimétricamente los pasos tomados en pro de la reconciliación nacional? ¿Por qué indultar a terroristas al servicio de intereses extranjeros, confesos enemigos de la libertad, y no a Pérez Jiménez? Quizás si el general hubiese fundado y financiado su propia organización guerrillera para subvertir la democracia venezolana desde Madrid, como sí hizo Fidel Castro desde Cuba, el presidente Caldera se hubiese sensibilizado con él de la misma forma que lo hizo con los comunistas.
La campaña electoral de los comicios de 1973 fue mucho más ambiciosa que la de las elecciones anteriores de 1968, ganadas por Rafael Caldera del partido COPEI. Con la ayuda de asesores políticos estadounidenses en relación con la imagen del candidato y su vínculo con su mensaje, se emplearon por vez primera en el país novedosos recursos de propaganda electoral, ausentes hasta entonces en la política nacional. Recursos auditivos como los jingles publicitarios, es decir, anuncios cantados, tales como el efectivo " 🎶 Ese hombre sí camina 🎶", compuesto por el músico margariteño Chelique Sarabia (1940–2022) para la campaña de AD; o visuales, como la ya mencionada "Rueda del Progreso" diseñada por COPEI para la campaña de Lorenzo Fernández y objeto principal de este artículo.
Obviamente, no es que el peculiar emblema de COPEI en el Colegio Don Bosco de Valencia deba ser considerado por la Unesco como Patrimonio Cultural Material de la Humanidad, pero es innegable que se trata de una figura alusiva a una época pasada y a un proceso remoto elogiable desde el punto de vista de la transparencia electoral aplicada, que sirve de ejemplo en ese sentido.
La Rueda del Progreso señalada tiene dos destinos posibles: El primero es el de ser definitivamente borrada por la acción intencional humana en alguna rutina de mantenimiento o restauración largamente diferida, promovida por el Colegio Don Bosco o por la Alcaldía de Valencia. El segundo es el de beneficiarse de la actitud completamente indiferente de autoridades, propietarios y peatones, que hasta ahora ha imperado, para entonces continuar las moléculas de los pigmentos procurando aferrarse desesperadamente a la matriz de la roca, hasta que la última de ellas entrópicamente se desprenda para siempre de su estructura de soporte. Dada la alta calidad de la pintura, este acontecimiento puede llevar varias décadas adicionales para concretarse y no sería de extrañar que dentro de otros 50 años y más allá sea aún perfectamente reconocible el ícono, ya como objeto de interés arqueológico. La gran pregunta es si en esa futura época todavía habrá personas en Valencia que recuerden la ejecución de procesos electorales donde la realidad de la voluntad popular era la que decidía los resultados en comicios promovidos por entidades íntegras y respetables, a diferencia de lo que indican las perspectivas actuales.
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