Venezuela: Explorando los misterios detrás de su nombre


Venezuela: Explorando los misterios detrás de su nombre

Desde la escuela primaria se enseña que el nombre del país, Venezuela, proviene de la analogía realizada por Américo Vespucio (1454-1512) cuando observó los palafitos en el Lago de Maracaibo, y habría comparado estas viviendas con las casas de las tierras sumergidas de Venecia, la ciudad de los enamorados de la actual Italia. 

Pues bien, recientemente existe una teoría que refuta el origen del nombre atribuido a Vespucio, y que argumenta que él precisamente quería decir lo contrario: que los palafitos no eran como las casas de Venecia. La hipótesis tiene cierto peso al citar fuentes presuntamente válidas.

Esta teoría apunta a que el nombre Venezuela proviene de un vocablo indígena, y que el mismo habría referido posiblemente a la gran masa de agua asociada al Lago de Maracaibo, y que Venezuela significa "agua grande". No está claro cuál es la etnia ni el dialecto indígena correspondiente.

Personalmente, considero que el nombre Venezuela es despectivo en su origen intrínsecamente europeo, pues el sufijo zuela, cuando es aplicado a ciertas palabras, definitivamente no afirma su dignidad, por ejemplo en mujer y mujerzuela, ladrón y ladronzuelo. Su aplicación rebaja lo calificado. No hay razón entonces para no pensar que la referencia a Venezuela sería como una Venecia, pero de categoría rebajada, caricaturizada o de mala imitación. Presumir de un nombre así es difícil.

Es lamentable que esta consideración no la hayan tenido en cuenta los lingüistas, filólogos e historiadores para ratificar en el tiempo el nombre de la Capitanía General del Imperio Español, y luego de la nación independiente, donde hubiera podido cambiarse por un nombre épico honorable y adecuado, por parte de los españoles criollos que decidieron dirigir y defender el duro proceso de la independencia.

Sin embargo, la tesis de "agua grande" no es menos simplista, pues le asigna al sitio el nombre de su más evidente característica, la gran masa de agua que era el Lago de Maracaibo, sin añadir ningún elemento cultural más allá del propio vocablo basado en lo evidente. Es como si los españoles al Lago de Maracaibo le hubieran puesto simplemente "Lago enorme"; no quedarían como demasiado imaginativos.

Hubo también otra oportunidad de cambiar el nombre al país cuando este se separó en 1830 de la Gran Colombia, el sueño de Simón Bolívar (1783-1830). Al tomar fuerza el movimiento separatista venezolano, ante la preponderancia de Bogotá y Santander sobre todos, y las presiones de Bolívar para hacer una nueva Constitución, tipo Bolivia, con rasgos regios como presidencia vitalicia, elección de sucesor y Senado hereditario, a manera casi de un rey, como aquel de España ante el cual se rebeló Bolívar años antes con furia, en una paradójica imitación de lo que precisamente criticaba y combatía, todos vieron como líder natural a José Antonio Páez (1790-1873), jefe del Departamento de Venezuela. Páez ya había dado la cara por el movimiento separatista "La Cosita" (mejor conocido como La Cosiata), reclamando a Bolívar, que se tuvo que trasladar expresamente para someterlo a su obediencia.

Con la caída de Santander y la enfermedad de Bolívar, el camino de la separación de la Gran Colombia era expedito. El general Rafael Urdaneta (1788-1845) estaba en Bogotá, y fue proclamado Dictador, pero no tenía fuerzas para evitar la secesión de Venezuela, dado que el general Flores hacía lo mismo con Ecuador. Páez dio a Venezuela su nueva independencia, ahora de la Gran Colombia, adueñándose la infante nación de su propio destino, que luego tendría su primera gran prueba en las guerras de los múltiples caudillos.

Páez es entonces el más genuino creador de la venezolanidad, de Venezuela como nación verdaderamente independiente, ya no parte de la originaria Capitanía del Imperio Español, ni Departamento de la tripartita Gran Colombia, centralizada y dependiente de Nueva Granada. 

Venezuela vio la luz gracias a Páez en una célebre reunión celebrada en la Casa de la Estrella, una bella quinta colonial ubicada en el centro de Valencia, la primera capital del país independiente, que hoy se conserva como museo y cuyo curador gentilmente cuenta su importancia a los distraídos visitantes, que desconocen el monumental valor histórico del sitio.

Entonces, no es descartable pensar que el nombre del país, como merecido homenaje al criollo Centauro de los Llanos, tuviera una denominación que hiciera referencia a tan importante guerrero y político. Ya se había hecho con Colombia, nombrada en honor a Colón, y con Bolivia para reconocer el legado de Bolívar, de manera que el nombre del país pudo haber sido Páezdesia, teniendo la oportunidad de ser acuñado en la época de Guzmán Blanco (1821-1899), dada la importancia que ese presidente otorgó a las gestas épicas nacionales y sus protagonistas, y a quién se le debe la creación de los símbolos nacionales, más allá de la bandera mirandina. En ese caso los criollos serían orgullosos y altivos páezdesianos.

Por supuesto, en estos momentos un cambio de nombre es absurdo; esas acciones populistas están reservadas para naciones inseguras o con regímenes totalitarios, donde los políticos dirigentes optan por cambiar topónimos y el nombre del país, tratando de obtener alguna hipotética ventaja que nunca fragua, pues la nueva nación renombrada no suele ser mejor que la anterior en lo económico y social, como por ejemplo Rhodesia, convertida en Zimbabue para renegar del intrépido explorador civilizador Cecil Rhodes (1853–1902); Persia, convertida en Irán, para oportunamente adular a Hitler, indicándole cuál es el origen de su pretendida raza aria; Ceilán, convertido en Sri Lanka, donde la lágrima de la India cambia su nombre acuñado por los expertos navegantes portugueses a la conquista de lo desconocido, a otro presuntamente "resplandeciente" de la cultura budista; o Birmania, cuyo nombre se debe al de la etnia mayoritaria, cambiado al muy difícil de escribir y recordar, pero presuntamente inclusivo, de Myanmar.

Es una paradójica coincidencia que todos esos países mencionados estén cuestionados por violación de los derechos humanos y crímenes contra la Humanidad, incluyendo genocidios.

En cualquier caso, al parecer por un buen tiempo seguiremos siendo Venezuela, nombre del cual todo venezolano nativo o europeo naturalizado está orgulloso, sea cual sea su origen etimológico, ya que el nombre solo es una etiqueta; lo que importa es el contenido interior, y en eso la Tierra de Gracia, con ese magnífico nombre alternativo español acuñado hace mucho tiempo y que incluye Dios, Luz y Nombre, es brillante.


Fabián Robledo Upegui.

Septiembre, 2025.


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